Reiteradamente nos hemos referido al mundo de las abejas: hemos recordado el enlace entre ellas y la civilización; su presencia en la historia del hombre; su papel en el trabajo, la industria y la alimentación del ser humano.
También nos hemos referido a los peligros de su subsistencia y los daños irreparables para la vida humana, para el mundo en general, frente a su extinción; a la crisis de vida que sufren por cuenta del desarrollo productivo de otras faenas agrícolas e industriales del humano que las asedian y exterminan en los campos.
Situados en Colombia, sabemos del aumento del 100%, entre 2008 y 2016 del uso de pesticidas, casi todos considerados como peligrosos, no solamente para la vida de los insectos sino también del hombre, la salud y la vida de los trabajadores rurales. La industria de agroquímicos mueve miles de millones de dólares anualmente dentro del modelo productivo agrícola “orientado más a las ganancias que a proteger alimentos sanos a la población”.
Desde 2016 apicultores colombianos denuncian la muerte de abejas en sus colmenas por envenenamiento. Y se olvida o se ignora que el 85% de las angiospermas o plantas con flores dependen de la intervención de animales (insectos y otros para conseguir sus frutos, base de alimentación humana. “Aproximadamente un tercio de los alimentos que consumimos llegan a nuestra mesa gracias a algún polinizador”.
El Estado no controla estos abusos de insecticidas y plaguicidas que atentan contra el equilibrio biológico y la salud general. Tras la ruina de las colmenas concurre la ruina de la humanidad.
Fuente: diario El Tiempo, Bogotá, 3 de septiembre de 2023, página 2.8. “razón pública”, Juan Manuel Rosso