La Fundación Amigos del Planeta quiere subrayar a comienzos del presente año, la importancia de los humedales como grandes reguladores y motores naturales del equilibrio geográfico, climático y de vida en general que representan para el mundo.
Colombia es una región privilegiada por la existencia en su territorio del mayor número de humedales proporcionalmente considerados en el mundo, pero a la vez, zonas que el ser humano, el Estado y sus formas de desarrollo, ignoran tanto su existencia como su importancia.
La historia de nuestra geografía en este sentido no es amable: desde el mismo momento de la fundación de su capital en la sabana de los Muiscas, hasta las pretensiones de navegación en el bajo Magdalena, la exploración arrasante de las selvas amazónicas o las explotaciones mineras. Cada una de estas situaciones y otras muchas, constituyen capítulos de increíble destrucción. La sabana de Bacatá, empezó a desecarse desde el mismo momento de la fundación de la capital, Santafé, y no cesan los urbanistas, gobernantes, y habitantes, de destruirla con autopistas, explotaciones de minas de piedra, arena y carbón, construcciones de edificios, sacrificio de su flora, extinción de su fauna primitiva, desecación de sus ríos, envenenamiento de sus aguas y el aire.
El Páramo de Chingazá es el más extenso del mundo y en su seno subsiste su humedal lacustre a más de 2.000 metros de altura de cuyas aguas dependen los acueductos de la gran ciudad, poblaciones circunvecinas de la sabana y también la llanura al otro lado de la cordillera. Son 40.000 hectáreas que preservan una biodiversidad de fauna y flora hoy en peligro por cuenta del ser humano y “su progreso”: el frailejón que es insignia de vida en los páramos como fuente de agua y el oso de anteojos, nuestro hermoso jardinero de las montañas; todo está en peligro por cuenta múltiple de ganaderos, mineros, picapedreros, carboneros, constructores de carreteras, edificios, hidroeléctricas, concebidas sin el respeto debido a la biodiversidad, a las fuetes del agua, al aire…a la vida. Las zonas urbanas contribuyen con creces al deterioro de Chingazá.
Del otro lado, es decir en otros pisos térmicos de nuestra geografía tropical, al borde del Océano Pacífico, en medio de la pobreza y el atraso de sus gentes marginadas por el Estado, corre 180 kilómetros el torrentoso río Baudó que en la colona inspiró a un fraile para construir una conexión de los dos océanos, 250 años antes del Canal de Panamá. Allí, los depredadores de siempre, atentan contra el mangle, los árboles del bosque, sus costas, su fauna y su flora. Con pretextos mineros ( como el del níquel y la plata que ya es historia) o el oro, lícito o ilícito, que solo ha servido para envenenar con azufre y mercurio las aguas del río.
Luego hablaremos –y clamaremos- por la vida de las ciénagas del Magdalena, del parque de Los Nevados, del Inírida, La Cocha, La Orinoquia.
Fuente: Fundación Amigos del Planeta.