“Entre más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”. Esta sentencia que si no nos equivocamos es de Lord Byron, formula en parte la naturaleza humana, naturaleza cruel que es generadora de multitud de conductas de relación, no solo con otras especies sino con el ser humano mismo. La Guerra es la mejor expresión de su crueldad en tanto la paz que buscan los pueblos entre sí, un esfuerzo para ser mejores.
Pero, los otros animales, no son ajenos a su ferocidad cuya maldad tratamos de ejemplarizar en el anterior comentario, ferocidad más cruel en tanto el homo sapiens se ha considerado el dueño absoluto y amo incuestionable del resto de la naturaleza que maltrata por doquier.
De acuerdo a Lord Byron, parecería que el instinto animal supera a la inteligencia del hombre que lo domina por creerlo inferior. Y por eso lo ha cosificado (res nullius, res semovente, decían los romanos); lo ha vuelto objeto económico para los fines utilitarios del mercado: como presa, como acto de fuerza, como mercancía, como adorno, como cosa de diversión; esto es la cacería deportiva, los toros, los gallos, la clasificación en razas para ferias y negocios, los circos…..
El hombre lo mata, lo doma o lo domestica según el objeto y las modalidades que se convierten en factor de ofertas y demandas, espectáculos y precios. Es esa otra guerra del guerrero insaciable que es el hombre.
Quien tiene un animal de compañía y lo maltrata, no solamente es su amo, su dueño implacable, es disponedor de su vida y su muerte, su explotador, su victimario doblemente injusto y doblemente cruel.
Un animal en la familia, es, debe ser símbolo insustituible de nobleza, paz y amor.
Un animal en el hogar, todos los días enseña la convivencia y el ser humano tiene la obligación de aprender de su bondadosa existencia.
Respetando al animal, su compañero, el ser humano puede aprender a respetar al ser humano, su hermano.
Fuente: Fundación Amigos del Planeta.