La capacidad invasiva del ser humano sobre la naturaleza con diversos pretextos, se extiende a todos los espacios de ésta: el suelo y el subsuelo, el agua, sus fuentes y el aire y su compleja correlación de seres vivos de la flora y la fauna.

Es así como la minería llevada a cabo sin mínimos protocolos, viola las entrañas mismas de la geografía con pretextos industriales dejando daños irreparables en la corteza terrestre; así mismo, en las actividades agrarias, agro-industriales o ganaderas, se incurre en graves invasiones con consecuencias ahora previsibles, en el comportamiento climático y las crisis ambientales.

I-Los fertilizantes, por ejemplo, administrados al suelo agrícola en exceso o empíricamente, pueden alterar el comportamiento y los ciclos biológicos con aspiraciones de productividad o de ganancias; peor ocurre con los pesticidas que indiscriminadamente esparcidos, pueden afectar la vida de especies animales como las abejas y otros insectos cuya presencia hace parte del comportamiento orgánico de la naturaleza con fatales consecuencias ecológicas que incluye a los animales de fauna silvestre y de granja, a las mascotas y la hombre mismo. No en vano se dice que las cosechas de frutas dan frutos insípidos, que las papas son ahora “aguachentas” o que el tomate no sabe a tomate sino a químicos.

En términos de la pesca, las infiltraciones del agua por vertimiento, las piezas de pesca, del mar o de los ríos, saben a cloro o a barro. Que los procesos químicos de la industria minera polucionan el aire y dejan sobrantes como el mercurio peligrosos para la salud humana y animal. Que el riego de tóxicos mortales como el glifosato para extinguir cultivos ilícitos, “mata” más que la mata que pretende eliminar. Que las quemas, empíricamente llevadas a cabo por la tradición agrícola, acaba con las capas orgánicas de la tierra; que la tala de bosques o la violación de las fronteras agrícolas, la protección de páramos y la limpieza de las aguas de riego, deben ser normas del agricultor y ganadero y que el cambio de destino de tierras, bosques, humedales, etcétera, por el mal manejo, constituyen atentados a la vida.

A este mismo catálogo de actividades impropias y abusivas sobre la vida de la naturaleza forman parte por codicia, irresponsabilidad, vanidad y egoísmo, el maltrato a que someten a las mascotas en peluquerías y salones de belleza para ellas o, los galpones de la industria pollera, la estabulación impropia en temas de ganadería o la caza indiscriminada por razones de delictuosos deportes que extinguen la fauna. Quedan por fuera de este listado otras actividades del “civilizado como las corridas de toros, las riñas de gallos y otros animales o la intervención genética para pre fabricar subespecies animales. No sobra ser reiterativos en estos dolorosos temas que a diario tienen ocurrencia.

Fuente: Fundación Amigos del Planeta.

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