El espectáculo irresponsable de algunos (varios) paseadores de perros en Bogotá y otras ciudades constituyen un verdadero drama para los animales y un sentimiento de indignación para quienes los ciudadanos que los observan.
El fenómeno corresponde a la informalidad laboral desbordada por cuya causa se recurre a la improvisación de ocupaciones para las cuales no se está preparado, con la anuencia del Estado que lo permite y a sus omisiones como autoridad.
La irresponsabilidad y la crueldad son las consecuencias del fenómeno: nada se sabe de razas caninas, del estado de salud o edad de los perritos, la intensidad de “los paseos”, de sus temperamentos individuales, su temperamento, etcétera. Todo lo cual permite que en el mismo grupo de animales a pasear, se mezclen razas, edades, su tamaño, sin ningún miramiento, exponiendo a esos animalitos a crisis de stress, enfermedades súbitas, y hasta la muerte por culpa de sus manejadores irresponsables.
El Estado no se ocupa seriamente de establecer requisitos mínimos para ejercer este oficio con idoneidad y vigilar que las normas se cumplan, lo que produce desgracias que las estadísticas de muerte, perdidas, maltrato físico y psicológico y accidentes muestran.
Queda el tema una vez más, planteado para que el legislador legisle sobre la materia y la administración aplique y vigile su cumplimiento para bien de todos.
Fuente: Fundación Amigos del Planeta.