El árbol, los bosques, son el antecedente de la vida, de la vida de todo, de la vida del ser humano. La historia de la humanidad sería imposible sin su omnipresencia desde los tiempos más remotos y ha sido base real de sus imperceptibles procesos civilizadores a lo largo del tiempo. El árbol y los bosques son el entorno de vida, el universo para la biodiversidad. Los ramajes frondosos, sus entrañas y sus sombrajes constituyeron el hogar del hombre primitivo y de alguna manera lo sigue
siendo en cuanto que el oxígeno vital para la subsistencia y su inmenso laboratorio, entregan elementos de vida a cada hora, a cada segundo.

De las entrañas de los árboles salieron las primeras cubiertas, las primeras habitaciones, los primeros refugios de los hombres acosados por el clima y las primeras herramientas de trabajo y las armas y las vasijas; también probaron los primeros frutos adoptados a sus dietas alimenticias; de sus altos penachos y ramajes descubrieron la inmensidad del mundo y la posibilidad de sus caminos expansivos: es la misma historia del hombre cazador, descubridor, explorador, invasor,
depredador…

Pero además en sus ramazones aprendieron que la vida son muchas cosas: el chillido de otros seres vivos, el canto de los pájaros, el camino de los insectos, el laberinto verde de la vida. Y fueron las guías para su orientación sobre la tierra…

La semana pasada el mundo humano celebró el día del árbol que concita las anteriores reflexiones que indican en pleno siglo XXI signos de depredación como si la sociedad y sus ciudades, sus ímpetus civilizadores y su progreso, se enfrentaran mortalmente a la naturaleza representada por el árbol y los bosques que caen y mueren bajo sus implacables demoliciones.

Las alertas, están disparadas y los signos de su destrucción están comprobándose aceleradamente.

Buenas intenciones y enunciación de mega planes universales empiezan a proyectarse frente al desastre inminente: plan verde, reforestaciones, cédulas de oxígeno, compromisos multilaterales, prohibiciones, recompensas, vigilancias forestales, resiembras…

El mundo –todo- se compromete para salvar los bosques cuyas buenas intenciones naufragan bajo el peso de otros intereses egoístas y suicidas de agricultores, ganaderos, mineros, madereros, colonos, militares; Colombia, situada en zonas neurales del trópico y rica en biodiversidad, está en la mira y sus gobiernos urden proyectos y programas que sobreaguan bajo las proclamas promeseras.

Las ayudas internacionales y proyectos de compensación para la resiembra y preservación forestal son una quimera apenas en tanto, acaso con beneficios tributarios, el sector privado y empresas transnacionales montan sus publicidades con ayudas y programas verdes para el país.

El Estado, y el gobierno actual proponen algunas iniciativas de carácter internacional para salvar páramos y selvas y legisla tímidamente sobre el particular; a la voluntad política hay que imponer autoridad y vigilancia; contar con las poblaciones idóneas para el fin, como fuera la creación de guarda bosques naturales con las etnias del lugar que son los verdaderos jardineros ecológicos de las selvas; las buenas iniciativas del ministerio del medio ambiente hay que implementarlas con
gestión y recursos e integrar planes de educación y cultura ambientales, normas de vigilancia, sanciones rígidas y efectivas y monitoreo permanente de acciones y programas que eviten el desvío y que controlen otras actividades nocivas que atentan contra los bosques, sus espacios y sus aguas , como la ganadería extensiva, la minería, la industria maderera, la anti técnica
construcción de vías de penetración, el cuidado de reservas y la regulación de centros urbanos; los
cultivos industriales, la exploración de pozos petroleros, la caza, la pesca…

Fuente: Fundación Amigos del Planeta.

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